Las verdaderas amistades y sólidos matrimonios se basan sobre la verdad. Los negocios exitosos y la armonía entre sus socios se basan sobre la verdad.
Toda iniciativa empresarial, social, personal, o política solo puede lograr éxito y buenos frutos cuando se basa sobre la verdad. Lo anterior, aplicado a nuestra coyuntura política, reviste una singular importancia cuando analizamos la base sobre la cual cada candidato fundamenta su representatividad.
En el caso de Rodrigo Avila y Arena, a pesar del incómodo comienzo debido al malestar causado a muchos areneros por la forma en que se manejaron las primarias, los areneros se tomaron el atole y aceptaron la fórmula ante la imperiosa necesidad de mantener la unidad en la derecha. Ante el daño potencial que le traería a nuestro país una infiltración comunista financiada por Hugo Chávez y representada por el FMLN, los areneros decidieron “perdonarse los males menores ante un mal mucho peor”, y se unieron sobre bases ciertas: “nos conocemos nuestras diferencias menores, pero podemos vivir con ellas, y sobretodo porque el riesgo del Chavismo en El Salvador sería mucho peor”. O sea, la nueva alianza se fundamenta sobre una realidad incómoda pero compartida por todos.
Por el contrario, la “boda de hadas” entre Funes y el FMLN se fundamenta principalmente en una mentira táctica que busca “maquillar” al Frente al presentar una cara moderada que no genere miedo y que busca desviar el enfoque y reducir el miedo tradicional hacia la intolerancia, violencia y ortodoxia ideológica ya conocida del FMLN; o sea, su razón existencial es disfrazar la identidad del partido FMLN; eso, aquí y en la China, se llama engaño.
Esta “boda de hadas” puede tener dos desenlaces, ambos lamentablemente tristes para los salvadoreños: o la princesa se vuelve sapo y terminamos como colonia Chavista; o la princesa se pelea con el ogro y, en medio de ese pleito entre Funes y FMLN, se paraliza el gobierno y nos hundimos en la desgracia de la actual crisis mundial.
Afortunadamente, la población ha ido progresivamente recapacitando sobre lo aquí expuesto y cada día el disfraz del Frente es más transparente y la poca capacidad del Frente para enfrentar la crisis se hace evidente. Los salvadoreños, políticamente mas sofisticados que nuestros vecinos regionales, no se tragan los cuentos de hadas con facilidad y cuestionan las inconsistencias entre el Frente y su fachada.
La actual libertad de expresión, de la que gozamos, ha dado espacio a un buen numero de políticos, líderes de opinión, y medios de comunicación para que llenen los vacíos de información y faciliten la interpretación de los hechos, contribuyendo a que le “caiga el cinco” al electorado. En la medida que pasa el tiempo y nos acercamos al 15 de marzo, un mayor número de salvadoreños parecen optar por Arena, no perfecta pero conocida, pero cuyos mensajes son consistentes con la verdad, en lugar del riesgo que implica el experimento de la extrema izquierda, cuya mentira o disfraz el tiempo ha sabido revelar.
Toda iniciativa empresarial, social, personal, o política solo puede lograr éxito y buenos frutos cuando se basa sobre la verdad. Lo anterior, aplicado a nuestra coyuntura política, reviste una singular importancia cuando analizamos la base sobre la cual cada candidato fundamenta su representatividad.
En el caso de Rodrigo Avila y Arena, a pesar del incómodo comienzo debido al malestar causado a muchos areneros por la forma en que se manejaron las primarias, los areneros se tomaron el atole y aceptaron la fórmula ante la imperiosa necesidad de mantener la unidad en la derecha. Ante el daño potencial que le traería a nuestro país una infiltración comunista financiada por Hugo Chávez y representada por el FMLN, los areneros decidieron “perdonarse los males menores ante un mal mucho peor”, y se unieron sobre bases ciertas: “nos conocemos nuestras diferencias menores, pero podemos vivir con ellas, y sobretodo porque el riesgo del Chavismo en El Salvador sería mucho peor”. O sea, la nueva alianza se fundamenta sobre una realidad incómoda pero compartida por todos.
Por el contrario, la “boda de hadas” entre Funes y el FMLN se fundamenta principalmente en una mentira táctica que busca “maquillar” al Frente al presentar una cara moderada que no genere miedo y que busca desviar el enfoque y reducir el miedo tradicional hacia la intolerancia, violencia y ortodoxia ideológica ya conocida del FMLN; o sea, su razón existencial es disfrazar la identidad del partido FMLN; eso, aquí y en la China, se llama engaño.
Esta “boda de hadas” puede tener dos desenlaces, ambos lamentablemente tristes para los salvadoreños: o la princesa se vuelve sapo y terminamos como colonia Chavista; o la princesa se pelea con el ogro y, en medio de ese pleito entre Funes y FMLN, se paraliza el gobierno y nos hundimos en la desgracia de la actual crisis mundial.
Afortunadamente, la población ha ido progresivamente recapacitando sobre lo aquí expuesto y cada día el disfraz del Frente es más transparente y la poca capacidad del Frente para enfrentar la crisis se hace evidente. Los salvadoreños, políticamente mas sofisticados que nuestros vecinos regionales, no se tragan los cuentos de hadas con facilidad y cuestionan las inconsistencias entre el Frente y su fachada.
La actual libertad de expresión, de la que gozamos, ha dado espacio a un buen numero de políticos, líderes de opinión, y medios de comunicación para que llenen los vacíos de información y faciliten la interpretación de los hechos, contribuyendo a que le “caiga el cinco” al electorado. En la medida que pasa el tiempo y nos acercamos al 15 de marzo, un mayor número de salvadoreños parecen optar por Arena, no perfecta pero conocida, pero cuyos mensajes son consistentes con la verdad, en lugar del riesgo que implica el experimento de la extrema izquierda, cuya mentira o disfraz el tiempo ha sabido revelar.
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